9 diciembre, 2024

La pulseada peronista: Alberto ratificó el tono conciliador, ante un kirchnerismo que pide un estilo confrontativo

Por Fernando Gutiérrez.

El 17 de Octubre encontró al Gobierno en su peor momento, con crisis financiera y fisura interna. Cristina evitó compartir la foto y dejó mensaje ambiguo.

Alberto Fernández quiso que fuera un día peronista pero apenas si fue un día albertista. Lejos de la mística militante que generaba Cristina Kirchner, con un discurso más pensado para la interna que para la audiencia nacional, con el recordatorio de la pandemia como marca registrada de la gestión y, como siempre, con un intento de seguir transitando el difícil camino del medio.

Que los 17 de Octubre tengan varios festejos en lugar de uno solo es una tradición, pero en una situación crítica como la actual y cuando hay un gobierno peronista en situación de debilidad, se había fijado el objetivo de que fuera una demostración de unidad y un relanzamiento de la gestión presidencial.

No era un objetivo fácil: en los días previos habían sido muchos y muy intensos los motivos de pelea y recriminación interna. Ya se venía insinuando desde hacía tiempo con los gestos de Cristina Kirchner en el sentido de que le disgustaba la línea «dialoguista» de Alberto, creció con las polémicas sobre el IFE y las ocupaciones de tierras, se intensificó con el debate sobre el dólar y explotó con el affaire del voto argentino en la ONU para condenar al régimen de Nicolás Maduro en Venezuela.

Pretender que todo eso fuera olvidado en una foto donde todos los dirigentes entonaran juntos la célebre «marchita» parecía una utopía. Y, de hecho, había advertencias desde el kirchnerismo en el sentido de que sería un error que la ex mandataria concurriera a la sede de la CGT, porque se sospechaba si la cúpula sindical quería «empoderar» a Alberto contra las grandes empresas o si, más bien, quería fortalecerlo contra la propia Cristina.

De manera que la primera gran señal política a develar en la efeméride más importante del peronismo era la actitud de la ex presidente. Y actuó en consonancia con su actitud de los últimos tiempos: distancia respecto de Alberto y de la cúpula sindical, comunicación directa con los militantes y un mensaje ambiguo que deja entrever sus diferencias con el Gobierno.

«Que la lealtad a las convicciones, al pueblo y a la Patria sigan inalterables en tiempos de pandemia. Con la misma pasión y el amor de siempre», escribió Cristina, junto a una foto de Néstor Kirchner.

Ni una mención a Alberto, ni un llamamiento a la paciencia en el plan del Gobierno, en un mensaje que difícilmente pueda interpretarse como un apoyo al Presidente. Más bien al contrario, lo de «lealtad a las convicciones» parece reafirmar el reclamo de la base electoral kirchnerista sobre la necesidad de una mayor voluntad de confrontación contra «los poderes concentrados».

La otra ausencia fue la de Hugo Moyano en la sede de la CGT. Se daba por descontado que así sería. También allí se pudieron leer señales políticas: mientras el sector más duro y combativo del sindicalismo marcó su capacidad de movilización con la marcha de los camiones por la 9 de Julio, la otra CGT, la de «los gordos», ratificó su voluntad de tejer pactos.

La divergencia en la forma que adoptaron las dos direcciones sindicales para celebrar el 17 de Octubre no hizo más que enfatizar los caminos bifurcados de los últimos meses. Mientras uno de los sindicalismos aceptó los recortes salariales en el marco de la cuarentena y se sumaba a los Zoom con los empresarios de AEA, el otro marcó su gusto por la presencia callejera e hizo gala de su capacidad de presión. Esa misma que exhibió, por ejemplo, en los conflictos más sonados de este año, como el que se generó en torno a Mercado Libre, el símbolo por excelencia de «winner» de la nueva normalidad.

Discurso conciliador y guiño a empresarios

Pero Alberto estaba dispuesto a que nada de eso le arruinara el día. Venía de jornadas duras, con el dólar paralelo batiendo récords, con medidas económicas que se revelaban insuficientes casi al momento de ser anunciadas y con un duro reproche del Fondo Monetario Internacional, justo el último amigo con billetera que le queda al Gobierno.

El Presidente estaba determinado a que el 17 de Octubre fuera una inyección anímica. Para sí mismo y su castigado equipo de funcionarios, para empezar. Y para la base de apoyo electoral, que ve como un recuerdo muy lejano el acto de asunción de diciembre pasado, para continuar.

De hecho, el discurso tuvo un tono muy propio de lanzamiento de gestión. Abundaron las alusiones a la necesidad de recuperar a la Argentina y ponerla de pie. Repitió varios de los conceptos de su mensaje inaugural, como la necesidad de dar prioridad a los más postergados por las crisis, a dejar las diferencias de lado y a recuperar la autoestima nacional.

Si hasta el mensaje publicitario con la firma de Presidencia de la Nación que se vio en las tandas televisivas de ayer tuvo la misma tónica, al usar la metáfora de la «cinchada»: tras ver que tirando en diferentes direcciones todos eran arrastrados por el enemigo, los protagonistas del video se unen y empiezan a tirar en la misma dirección.

El reclamo -¿el ruego?- de unidad fue el leit motiv del discurso del Presidente. Tanto en lo que respecta a la coalición de gobierno como al país en general. Su alusión a los «banderazos» de protesta fue respetuosa y casi comprensiva, sin chicanas, lejos del tono que solía adoptar Cristina Kirchner cuando sufría las protestas de los «cacerolazos».

El Presidente trazó una analogía histórica con el clima que se vivía en los días previos al histórico octubre de 1945, al recordar que había habido una manifestación de gente indignada porque el entonces coronel Juan Domingo Perón, vicepresidente del régimen militar, «otorgaba demasiados derechos» a los trabajadores, en el marco de un país castigado por tragedias como el terremoto de San Juan.

E insinuó que, tal como había pasado en aquella época, ahora también los «banderazos» de protesta contra el Gobierno generarían una respuesta que dejaría en claro que la mayoría de la población está de acuerdo con la agenda que pone el foco en lo social en medio de la pandemia.

Fue evidente en todo momento la apelación a la responsabilidad histórica que cabe a quienes tienen que gobernar en tiempos de crisis mundial. Y acaso por eso el mayor logro de su 17 de Octubre haya sido poder convocar a todos los gobernadores provinciales del peronismo, incluyendo a figuras claramente críticas de su gestión, como el cordobés Juan Schiaretti.

La militancia, en una sintonía confrontativa

El ansia por transformar al acto en un relanzamiento de la gestión se notó también en el renovado llamado a algo que hoy parece misión imposible: cerrar la grieta política. El Presidente rechazó las expresiones de «odio» y ratificó su vocación de diálogo.

Aunque claro, en estos días ese llamamiento puede ser decodificado de maneras diferentes según quién escuche el discurso. El rechazo al odio fue, justamente, el argumento que llevó a la creación de la agencia Nodio, que muchos denunciaron como un intento de censura y persecución ideológica.

Mientras tanto, en las calles y en las redes sociales los mensajes mayoritarios no parecieron en la misma sintonía que la expresada por el Presidente. Desde la denuncia por un presunto sabotaje tecnológico a la celebración del 17 de Octubre virtual hasta los mensajes en reclamo de una mayor radicalización del Gobierno, todo pareció ir en el sentido contrario al de cerrar la grieta.

Lo cierto es que Alberto, lejos de dar un giro confrontativo o de denunciar conspiraciones por temas como la corrida cambiaria, tuvo también su guiño para el empresariado. Recordó que el peronismo fue históricamente un sinónimo de desarrollo empresarial y que pretendía representar también a «los argentinos que dan empleo».

Toda una ratificación sobre la intención de mantener el diálogo con las cúpulas empresariales. «Es con todos, no sobra nadie», dijo Alberto al justificar su llamamiento a la unidad.

Unas horas antes de ese discurso, Máximo Kirchner había dado su particular versión respecto del origen de las tensiones financieras, que no parecen en la misma sintonía que el Presidente: «Vemos cómo los mercados intentan posicionarse para apropiarse de lo que genere esta recuperación económica», dijo en una entrevista y agregó que «los mercados quieren seguir gobernando, pero tienen que entender que la economía la maneja el Gobierno«.

En otras palabras, la clásica explicación conspirativa que marcó todos los momentos de tensión económica durante los ocho años de gestión de Cristina. Un discurso que, en este contexto de crisis y nervios exasperados, empieza a encontrar mucho más eco que el llamamiento a «tirar todos para el mismo lado».

Irónicamente, el tono de Alberto empieza a parecerse a las apelaciones a la «buena onda» que se le criticó en su momento a Mauricio Macri. A quien, por otra parte, se cuidó de mencionar, en una deliberada decisión de no machacar con el discurso de la «pesada herencia». (iProfesional)