18 febrero, 2025

«Clara y confusa», o la crónica de un amor poco predecible

Diálogo con Cynthia Rimsky, narradora chilena residente en Buenos Aires, quien obtuvo el Premio Herralde por su última novela. En ella, relata la historia de un plomero enamorado de una artista plástica. Por Máximo Soto

El amor no correspondido, el arte no valorado, la corrupción ocultada son temas de “Clara y confusa” (Anagrama), una novela clásica y renovadora, divertida y seria, con la que la chilena Cynthia Rimsky conquistó el Premio Herralde. Con sus novelas, cuentos y ensayos Rimsky, que reside en Buenos Aires, no ha dejado de sumar lauros. Dialogamos con ella.

Periodista: ¿Cómo surge la historia de un plomero enamorado de una artista plástica?

Cynthia Rimsky: Surgió de varias preguntas: ¿cómo saber si alguien te ama si te pone restricciones? o ¿por qué cuando uno no entiende a otro se pone a interpretarlo?, vicio que no para porque cualquier gesto puede interpretarse de mil maneras. Quería que Clara fuera una artista no reconocida y que del otro lado no hubiera otro artista o un escritor, alguien predecible. Recordé a un plomero que tenía que venir a casa y no venía. Lo amenacé: si no vienes te voy a hacer aparecer en mi novela. Se rio. Ya había aparecido en mi libro “La vuelta al perro”. Yo sabía de plomeros y albañiles por la construcción de mi casa. Me tiré por ahí. Lo más difícil era dar con el tono. Me demoré meses en encontrarle una poética, sacarlo de las cosas elementales que, por lo general, esos personajes dicen en las novelas. Y que en Chejov no dejan de tener capacidad filosófica y sensibilidad respecto al mundo.

P.: ¿Qué buscó con las restricciones que le pone Clara al plomero?

C.R.: Trabajar la compleja mediación que hay en el amor entre lo que uno desea y el otro puede. Lo que uno interpreta que el otro quiere. Lo que el otro puede o no puede. Me quería meter en lo que en Chile se le dice majamama, en ese enredo.

P.: Otro enredo es la corrupción, que el plomero investiga en su gremio…

C.R.: Algo que siempre está en el aire, siempre se habla y nunca llega a nada definitivo. Cuando se encuentra un culpable nunca va a la cárcel o sale pronto. Lo que me interesaba de la corrupción es ese estado nebuloso que alimenta las charlas y que nunca se llega a ningún lugar. Busqué poner eso en un lugar inusual, con reacciones inusuales, que aportara otro punto de vista.

P: El pequeño gremio en un gran edificio como los del arquitecto Salamone…

C.R.: Vengo de un país donde todo se habla con diminutivos, y este es todo lo contrario, está dado a lo opulento, lo monumental. Me resulta curiosa la magnanimidad de la obra pública que se enfrenta a la ruina porque no se puede sostener, pero que nunca llega a desaparecer. Atrás hay una utopía, un sueño de grandeza que, aunque agujereado, sigue vigente.

P.: ¿Cómo organizó para que la novela tuviera permanentes sorpresas?

C.R.: La escribí sin un plan. Se va leyendo al mismo tiempo que la fui escribiendo. Yo nunca sabía qué iba a pasar. Solo sabía que al final habría una Fiesta del Pastelito. Una de las tantas fiestas populares que hay por todas partes. También decidí que no tenía que tomar posición ante ningún conflicto. Cada vez que llegaba a uno, corría. La literatura es el misterio, no saber de qué se trata la obra que se lee, dejarse llevar por algo que nunca se había pensado así, y no poder dejarla. “Clara y confusa” es una novela tradicional, tiene trama, una serie de peripecias, una estructura lineal. Pero, a la vez, busque implosionar esa forma tradicional. Hoy se está haciendo una literatura muy explicativa, donde pareciera que las personas en vez de ir a buscar la moral en la iglesia, la van a buscar en la literatura.

P.: El maestro del plomero le enseña a desoír para poder escuchar, y Clara a mirar para poder ver…

C.R.: Él tiene sensibilidad para el arte, pero sin conocimiento, si haber pasado por la cultura. Clara le enseña a mirar de otra forma. Y ahí ocurre lo qué pasa cuando se aprende a mirar de otra manera.

P.: En la obra que realiza Clara acumula y separa en grupos cubiertos de mesa hasta llegar a encontrar la excepción…

C.R.: Asocia las cosas de una manera no realista. Considera que el tiempo trabaja la obra a su espalda. Sin que ella haga nada, la obra se va transformando. Es que con el tiempo se toma distancia suficiente para verla de otro modo, y es ahí donde la obra se va revelando.

P.: El título “Clara y confusa” ¿es por cómo ve el plomero a Clara al separarse?

C.R.: Hay en la novela una tensión entre opuestos. Las cosas son confusas y claras al mismo tiempo. Y en este tiempo se está exigiendo demasiada claridad. Y como no se entiende nada lo que estamos viviendo, quería proponer que lo confuso forma parte de la realidad.

P.: ¿Por qué en su relato hay un sincretismo de lenguajes de nuestro cono sur?

C.R.: Cuando me pongo a escribir algunas palabras me salen en argentino y otras en chileno. Hace doce años que vivo aquí. Tuve que aprender argentino para que me entiendan. Me interesó enfrentar dos culturas. Las palabras tienen detrás una forma de pensar, de mirar, una cultura. Siempre se ha separado la literatura chilena de la argentina. Pero está Manuel Rojas, argentino que se hizo escritor en Chile. Y la chilena Marta Brunet que vino a la Argentina y se le cambió la escritura, y en Chile la rechazó el crítico que la había impulsado. Me interesa seguir esa tradición, pero a partir del lenguaje.

P.: ¿Qué le significó ganar el Premio Herralde, que antes consagró a otro chileno, Roberto Bolaño?

C.R.: Otro chileno que también vivía fuera de Chile. El premio a “Los detectives salvajes” lo validó como escritor, lo hizo conocido en círculo más amplios, lo proyectó a su consagración global. El Herralde va a difundir más mi obra, y eso es un desafío.

P.: ¿Qué está escribiendo ahora?

C.R.: Un ensayo y lentamente otra novela

(ámbito)