(*) Por Juan José Tealdi
En todo sistema político democrático -incluido el nuestro-, se eligen gobiernos a partir del voto universal y secreto de la ciudadanía que puede optar entre las candidaturas que se ofrecen desde los distintos partidos políticos o alianzas. Cada partido o alianza se estructura alrededor de un programa que abarca todos los aspectos de un gobierno.
De todas las propuestas hay un aspecto central que establece una clara línea divisoria: la propuesta sobre la forma en que se debe producir y distribuir la riqueza entre la ciudadanía. De esta forma las agrupaciones de origen y compromiso popular plantearán formas de la economía que tiendan a la igualdad y las que respondan a los sectores concentrados de la economía tenderán a generar más desigualdad a favor de la renta de los poderosos. Las primeras buscarán coherentemente la ampliación de derechos, el avance de las reivindicaciones feministas e incorporarán resguardos ambientales a sus acciones y las segundas achicarán derechos, sostendrán el patriarcado y pondrán el ambiente al servicio de sus apetencias ilimitadas de ganancia.
Se supone que el partido o alianza que gana las elecciones y logra acceder al poder ejecutivo con una mayoría razonable dentro del poder legislativo puede implementar en acciones y leyes, sin mayores inconvenientes, su programa. Pero en este punto nos encontramos con que la cosa no es tan simple porque además del poder político que emana de las urnas hay otros factores de poder.
Esto es así en todas las sociedades y surge de una correcta lectura de nuestra propia historia. Esos factores de poder básicamente son dos Por un lado, los sectores económicamente poderosos que votan todos los días desde lo que conocemos como mercado. En nuestro país han volteado o impuesto gobiernos con golpes militares o con golpes económicos a partir del gran poder que tienen sobre el abastecimiento de productos, sobre los valores de la divisa, sobre la economía en general y sobre los medios de comunicación que generan opinión.
Por el otro lado, la sociedad organizada en diferentes espacios como los sindicatos que han sido por muchos años casi las únicas organizaciones populares con peso y algún poder para influir en los gobiernos y hoy comparten ese poder con movimientos menos formales, pero no menos poderosos, como las organizaciones de la economía social, las organizaciones ecologistas o el renovado y vigoroso movimiento feminista, por mencionar alguna de las tantas expresiones populares transformadoras.
Entonces, además del poder que dan las urnas, un partido o alianza política que accede al gobierno necesita sustentar sus propuestas con el respaldo de uno de estos dos poderes de la economía y la sociedad.
Es necesario aclarar que ambas expresiones de poder tienen intereses contrapuestos, pues si se distribuye riqueza habrá resistencia de los que la tienen concentrada y si se concentra la riqueza habrá resistencia desde los sectores populares despojados. “La lonja es una sola, si se corta más ancha para un lado quedará más corta para el otro”.
Por ello es imposible pensar que un gobierno puede contentar y lograr el pleno respaldo de los dos sectores. Puede haber condiciones muy especiales y transitorias de bonanza económica (altos precios internacionales de la soja o del petróleo, por ejemplo) que faciliten alguna convivencia entre estos intereses tan antagónicos, pero más tarde o más temprano afloran las contradicciones y el gobierno debe optar por un sector u otro en sus políticas distributivas.
Hoy gobierna nuestro país un espacio político que representa a los sectores más concentrados de nuestra economía. Más allá del discurso, lo real son los tarifazos que castigan los bolsillos del pueblo y favorecen las enormes ganancias de las empresas del sector energético y de servicios por el otro, así como el desfinanciamiento y quebranto de las pequeñas y medianas empresas frente a las rentas extraordinarias de los sectores financieros.
Prometió todo lo contrario y logró apoyo popular para llegar al poder político, pero es cada vez más claro que hoy lo sostienen los beneficiarios de sus políticas y crece la oposición social. Oposición que actúa con vigor desde el llano, pero al no tener una correlación a favor en el poder político solo se puede limitar a frenar alguna media extrema como, por ejemplo, la pretendida eliminación del sistema solidario de jubilaciones y le resulta casi imposible lograr alguna ley, por más movilización popular que desarrolle, como el caso de la ley de interrupción voluntaria del embarazo que no pasó el filtro del conservador senado de la nación.
Ganarle al actual gobierno es imperativo, pero a la hora de pensar como lograr revertir esta injusta distribución de la riqueza no alcanza con llegar al poder político, también es necesario un fuerte respaldo social organizado para contrarrestar los manejos del mercado y sus comunicadores, expertos en desestabilizar todo gobierno popular, claro está con la ayuda de alguna potencia extranjera aliada y socia en sus negocios. Ante el fracaso del actual gobierno, el poder económico pone en escena diversos planes B para que nada cambie, que es lo que realmente “calienta” al presidente.
Frente a la debilidad de los partidos políticos y al desgaste de sus principales figuras, muchos “compran” nombres que aparecen de la nada como candidaturas supuestamente salvadoras.
Casi todas agrandadas o achicadas a conveniencia por los grandes medios de comunicación y sus ejércitos de opinadores y encuestadores que, sabiendo de los descontentos sociales operan para generar falsas opciones y manipular la opinión pública. Entonces aparecen el gobernador mediático, el economista exitoso, el dirigente deportivo o el showman popular, y así sucesivamente un montón de ensayos para ver cuál prende para lograr instalar candidaturas individuales que, más allá de sus posturas y calidades personales, sean presa fácil y manipulable por el capital concentrado, una vez instalado en el gobierno.
De esta frustrante experiencia hay ejemplos en nuestra historia. El problema de construir una alternativa que desarrolle políticas distributivas y de justicia social no se agota en lograr una candidatura ganadora, que no es un tema menor, además debe lograr los apoyos sociales imprescindibles que respalden con su movilización y activa participación esas políticas.
Las candidaturas verdaderamente alternativas sirven en la medida que representen ese programa y que sean confiables y tengan predicamento en los variados movimientos sociales dispuestos a respaldar activamente un gobierno popular. Los poderosos actúan escondidos detrás del “mercado”, el pueblo lo hace a cara descubierta y con su activa participación y movilización. Los primeros instalan nombres, el segundo genera alternativas reales.
Esto también es una lección de nuestra historia. Por ello nos inclinamos por la propuesta de un gran frente patriótico que resuelva sus candidaturas de manera democrática utilizando virtuosamente las PASO de manera tal que las diversas organizaciones de la sociedad se encuentren representadas en la diversidad de nombres dentro de un espacio único con una propuesta realmente redistributiva de la renta. Desde ahí se podrán generar políticas de industrialización y empleo, políticas de salud y educación que igualen hacia arriba y se podrá avanzar en los cambios materiales y culturales reclamados por el feminismo y la visión ecológica de la sociedad. Como dice el dicho popular, pongamos el caballo delante del carro.
(*) El autor de la nota es integrante de la Mesa Ejecutiva Nacional del Partido Socialista. Coordinador de la Corriente Nacional Igualdad y Participación.